EL CURA DE MI PUEBLO
La Virgen emprendió el camino
sobre hombros almonteños
y su rostro lo cubría
un pardo y tupido velo;
un capote de viaje
protegía todo su cuerpo
porque no le cause daño
el incómodo trayecto.
Y los fieles la despiden,
con tristeza con respeto
que han de pasar nueve lunas
para mirarla de nuevo.
Los almonteños, es un rito,
sin escatimar esfuerzos
la llevan de un lado a otro
en fingido desconcierto.
Ella se deja llevar,
está acostumbrada a esto,
es forma de demostrar
el fervor de costaleros.
Y la acompañan los vivas,
las plegarias y los rezos,
las miradas encendidas
de los buenos rocieros.
De pronto y entre el gentío,
un voz envuelta en negro
se dirige a la Señora:
Una Salve de su pecho
brota como un manantial
entre piropos y ruegos.
Surgen de su recia voz,
en prueba de amor sincero,
los vivas a la Pastora
y en un encendido celo
va su personal plegaria
por las almas de su pueblo.
Es el cura de Tocina
- no lo hay más rociero –
que es llevado por los hombros
de los fieles más dilectos
y sostienen con firmeza
el mensaje del vocero
que está incendiando la tarde
con la llama de su verbo.
Y la Virgen se detiene
para escuchar sus requiebros.
Y parece que se acerca,
casi la tocan sus dedos.
Quedará para la historia
el emotivo momento
en que un ministro de Dios
en los hombros de su pueblo
ensalzó con alabanzas
a la Reina de los Cielos.
Si la Virgen fue mecida
por los hombros almonteños,
la Salve la rezó un cura
sobre otros hombros tan recios;
y ese cura es de Tocina.
Es nuestro cura, ¡¡es el nuestro!!.
Antonio García Chaves
Agosto 2012